Si fuera pelador de canela
cabalgaría en tu lecho y
dejaría el polvo de la corteza amarilla
en tu almohada.
Los pechos y los hombros te olerían
y jamás podrías cruzar los mercados
sin que la profesión de mis dedos
te envolviera. Al tropezar contigo
los ciegos te reconocerían
aunque el agua de los canalones
y del monzón te bañaran
Aquí, en lo alto del muslo,
en este suave prado
hermano de tu pelo
o en el pliegue
que divide tu espalda. El tobillo.
Los forasteros te reconocerán
como la mujer del pelador de canela.
Antes de la boda
apenas podía mirarte
y tocarte jamás:
-¡Ah! La astuta de tu madre, tus toscos hermanos.
Hundí las manos
en azafrán, me las tizné
con humo de alquitrán,
ayudé a los recolectores de miel …
Cierta vez cuando nadábamos
te rocé en el agua
y nuestros cuerpos fueron libres,
pudiste abrazarme y embriagarte con mi olor.
ganaste la orilla y me dijiste:
es así como tocas a otras mujeres
a la mujer del segador, a la hija del calero.
Y buscaste en tus brazos
el perfume perdido
y supiste
lo que significa
ser la hija del calero
abandonada sin marca
amada sin el arrullo de la palabra
herida sin el placer de una cicatriz.
En la árida brisa
acercaste mi mano a tu vientre
y dijiste
soy la mujer del pelador de canela.
Huéleme.
Michael Ondaatje
Michael Ondaatje
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