Resulta que los demás no sólo nos piensan, sino que también nos sueñan.
Sin pedirnos permiso,
sin pagarnos derechos,
sin que nuestras indignadas protestas –«¡Pero YO no soy así!»–
sirvan de nada.
Habrá que acostumbrarse, entonces,
a convivir con nuestros hologramas
y a que hagan con ellos lo que les plazca.
Mientras seguimos intentando ser,
calladamente, con tenacidad,
nosotros mismos.
Berna Wang
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